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RETRATOS DE MUJERES 91

dad para con el pasado, y sobre esta cabeza augusta repo- saban inmortales y ya celestes todas las llamas, para otras cosas desvanecidas, de su juventud.

En esta edad de exaltación, el ensueño, las fantasías novelescas, el sentimiento y los obstáculos que encuentra, la facilidad para sufrir y para morir, eran después del culto singular de su padre, las más caras ocupaciones de su alma, de esta alma tan sensible y tan triste y que no se divertía más que con lo que la hacía llorar. Se compla- cía en escribir sobre estos temas de su predilección y lo hacía a escondites, como leía los libros que Madama Né- cker no había escogido. Yo me la figuro en un gabinete de estudio a la vista de su madre sentada, ella de pie, pa- seándose con los libros en la mano, leyendo al acercarse a su madre el libro impuesto y al alejarse a pasos lentos alguna novela sentimental, acaso alguna novela de Ma- dama de Riccoboni. Ella decía más tarde que el rapto de Clarisse había sido uno de los acaecimientos de su ju- ventud; frase encantadora que resume todo un modo de emociones primeras, ya sea a propósito de Clarisse o de cualquiera otra, y que cada imaginación poética puede repetir. El más precoz de los escritos impresos de la se- ñorita Nécker, si realmente fuese ella quien lo escribió, sería el volumen titulado Cartas a Nanine de Simphal, que M. Beuchot parece atribuir a nuestra escritcra, pero que fué negado en su tiempo (1818). Esta novelita, que no ofrece nada que una persona joven exaltada e inocente no haya podido imaginar, y cuyo fondo no difiere apenas de Sofía, de Mirza, de Paulina y otras de sus primeras producciones, demuestra una gran inexperiencia de estilo y un artificio más grande todavía. Yo no he observado como matiz de la época, como color del paisaje familiar, a las heroínas de catorce años, más que estas palabras de Nanine: “Ayer por la mañana conseguí ir a la tumba; he vertido un torrente de lágrimas preciosas que el senti- miento y el dolor suministran a los desgraciados de mi