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RETRATOS DE MUJERES 87

patriotismo y de belleza tuviesen su trono bajo sus mi- radas, como una emperatriz del pensamiento le gustaba encerrar en sus libres dominios todos los atributos. Cuan- do Bonaparte la sorprendió, éste odiaba a esta rivalidad que ella afectaba sin siquiera darse cuenta.

El carácter que dominaba en Madama de Staél, la unidad de todos los contrastes que en ella convergían, el ingenio rápido y agudo que circulaba entre todos ellos y que sostenía aquella armazón maravillosa, seguramente era la conversación, la frase improvisada, repentina, que saltaba como manantial de la fuente perpetua de su alma. Esto es lo que propiamente hablando constituía para ella la vida, palabra mágica que tanto empleó y que, imitán- dola, es preciso emplear frecuentemente al hablar de ella. En esto están conformes todos sus contemporáneos. Y aun lo están, en que era algo como un orador de Atenas. Cuando admiráis y os asombráis ante alguna de sus pá- ginas llenas de sutilezas y de pasión, hay siempre algujen que os dice: ¿Qué sería, pues, si la hubierais conocido? Los adversarios, los críticos, que se sirven con gusto de una superioridad para combatir a otra en un individuo demasiado completo a sus ojos*, que toman acta del ta- lento ya demostrado contra el talento que quieren denegar, rinden en este punto un homenaje interesado a Madama de Staél, un homenaje un poco pérfido, igual, a pesar de todo, al que le rinden sus admiradores. Fontanes, en 1800, terminaba los famosos artículos del Mercurio con estas palabras: “Cuando escribía se creía conversando. Los que la escuchan no cesan de aplaudir; yo no la oía cuando la critiqué”... Mucho tiempo los escritos de Madama de Staél se resentían de las costumbres de la conversación. Leyéndoles tan corrientes y con tanta viveza, se diría que la estamos oyendo. Solamente negligencias, maneras

1 “Sed mos est hominum ut nolint eumdem pluribus rebus excellere”, ha dicho Cicerón. Y con mucha más razón cuando en lugar de ser eumdem es eamdem.