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84 MADAMA DE STAEL

tarde, cuando la tempestad se había calmado apenas, sa- lieron grupos célebres de mujeres que han festejado la época de vuelta a la vida social, a la opulencia y a los placeres. El Imperio ha tenido igualmente distinciones en este sexo, pero poca influencia. Se encuentra en la Res- tauración algún nombre de mujer superior que la repre- senta en el mejor aspecto de sus costumbres y en la dis- tinción moderada de sus matices. Pero estas diversas nom- bradías, que van unidas a cada una de las fases de la Revolución, vienen en cierta manera a encontrar su pues- to y a darse cita en una sola celebridad que las compren- de y las concilia todas en un conjunto, que participa de lo que tuvieron de brillante y de abnegado, de delicado y de enérgico, de sentimental c de viril, de imponente, de espiritual y de inspirado, haciéndole resaltar más, reu- niendo todos estos dones en el gusto que los hizo valer y que los inmortalizó. Nacida de la capa reformadora de su padre, Madama de Staél se agrega, por su educación y su juventud primera, a los salones de la antigua socie- dad. Los personajes entre los que creció y que sirvieron a su precoz ingenio, son todos los que componen el círcu- lo más brillante de los últimos años del pasado. Leyendo hacia 1810, en el tiempo de sus más grandes persecucio- nes, la Correspondencia de Madama de Deftand y de Horacio Walpole, se encontró singularmente sorprendida ante el recuerdo de aquella sociedad en la que había co- nocido muchos personajes y todas las familias. Si se hizo notable en su primera actitud por algo sentimental y extremadamente animado, que ciertas envidiosas aris- tócratas criticaban, fué porque estaba destinada a produ- cir alteración y sorpresa en todas partes donde se hallase. Pero, aun continuando en un círculo pacífico, su vida llegaba a ser uno de los más grandes adornos de la so- ciedad y prolongaría, bajo una forma menos regular y más grandiosa, la galería de los ilustres salones de la antigua sociedad francesa. Madama de Staél reprodujo