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76 MADAMA DE DURAS

range, durante una conversación acerca del comercio de granos. Eduardo ve en el balcón a Madama de Nevers, cuyo perfil se recorta en el azul del cielo y se confunde en el blanco de un jazmín. Esta escena de flores ofrecidas y devueltas, de llantos ahogados y de cartas de confesión, realiza un sueño adolescente que se reproduce en cada generación sucesiva; no falta nada, en este cuadro bien escogido en el que todo muchacho piensa hacer su prime- ra declaración, Sentimientos, pintura, lenguaje, todo está en esta página adoptada desde luego por millares de ima- ginaciones y de corazones. Una página que nacida de los tiempos de la Princesa de Cleves, o en una literatura menos resuelta, habría sido inmortal.

El estilo de Madama de Duras, que se dispuso tan tarde y sin premeditación a escribir, no se resiente ni de titu- beos ni de negligencia. Es natural y acabado, sencillo, rápido; un estilo parecido al de Voltaire, pero empleado por una mujer; sin ninguna afectación, sobre todo en Eduardo; un tacto continuo, nunca colores inequívocos, y a veces, ni siquiera colores en los fondos ni en las figu- ras secundarias, y, por último, contornos, muy puros y netos. Siempre pasiones más profundas que como son expresadas, nunca exaltaciones ni exuberancia como no existen en una conversación de gentes de clase elevada.

En tanto que Madama de Duras escribía todas las ma- ñanas estas preciosas novelas, en las que la calidad de la corteza cubre la savia amarga, continuaba recibiendo en sus salones y siendo el encanto de sus concurrentes, a pesar de que su salud se quebrantaba por grados cada día. Tomaba, según se puede sospechar, una parte bastante activa en la política por sus amistades y por sus influen- cias. Durante el Congreso de Verona, Chateaubriand le escribía casi a diario lo que ocurría y los detalles de este gran juego. Mas, al mismo tiempo, se iba operando en ella una gran transformación de sumisión religiosa y de piedad; nunca había sido hasta entonces lo que llaman