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RETRATOS DE MUJERES 73

almas prisioneras que se golpean sin cesar contra los ba- rrotes de su jaula de carne.

Las novelas de Ourika y Eduardo no son pues, según nosotros, más que la expresión delicada y discreta, la pin- tura moderada y sin fuertes agrios por obra de la sociedad, de algo no sé qué de muy grande que se ocultaba en el pecho de Madama de Duras. Ourika traída del Senegal, como la señorita Aissé de Constantinopla, recibe también, como la joven circasiana, una educación completa; pero menos dichosa que ésta, es negra. Así también como la señorita Aissé no quiere casarse con el caballero d'Aydie por no rebajarle, la pobre Ourika, desconocida por Carlos, que no cree en ella más que amistad, se devora presa de una lenta pasión que ella misma ignora y cuyo descubri- miento es tardío. Nada está tan bien retratado como el dolor, y así, la idea fija de Ourika cuando se da cuenta del color de su piel. “Había quitado de mi habitación todos los espejos, llevaba siempre guantes, mis vestidos tapaban mi cuello y mis brazos y había adoptado para salir un gran sombrero con un velo que a veces llevaba también en casa. ¡Ay! Me engañaba a mí misma, y como los niños, cerraba los ojos, creyendo que así no me veían”. El salón de la mariscala de Beauvau está descrito mara- villosamente por la heredera de sus gustos y de sus tra- diciones; los recuerdos del Terror reviven por virtud de sus fieles pinceles. Desigualdad de clase, pasión ignorada, fastidio de la sociedad, emigración, y terror, son las ideas favoritas de Madama de Duras. Cuando a Ourika, hermana en un convento, por inadvertencia se le ocurre citar a Galatea, exclama hablando de la imagen que obstinada la perseguía: “¡Era la de la quimera que me obsesionaba! ¡Oh Dios mío, aún no me habías enseñado a conjurar esos fantasmas; yo no sabía que en ti encontraría la tranquili- dad!” Esta exclamación, que interrumpe el relato, nos hace ver que es la propia autora quien expresa su pen- samiento hablando por boca de la heroína de su novela.