Página:Sainte-Beuve retratos de mujeres.djvu/67

Esta página no ha sido corregida

70 MADAMA DE DURAS

solían decir de ella: “Clara es buena, pero es lástima que no tenga más talento”. La ausencia de pretensiones era su distintivo. Entonces ni pensaba siquiera en escribir. Leía poco, pero buenos libros de todos los géneros, de ciencia algunas veces; los poetas ingleses le eran familiares, y algunos de sus versos le hacían soñar. Uniendo así esta cultura del ingenio con los cuidados de su familia y de su casa, afirmaba que lo uno ayudaba a lo otro, y que salía de una de estas ocupaciones muy preparada para entrar en la otra, y hasta bromeando llegaba a decir que el apren- der latín servía para hacer las conservas de frutas. Sin embargo, las más nobles y más gloriosas figuras se agru- paban en torno de ella. Chatzaubriand le consagraba sus horas y ella escribía con frecuencia al dictado las hermosas páginas futuras. Desde entonces, según creo, mantuvo con Madama de Staél correspondencia y relaciones, que luego más tarde, a la vuelta de la ilustre desterrada, debían estrecharse. Para los que no han visto más que los retra- tos, es imposible no encontrar entre estas dos mujeres, cuyas obras son tan diferentes, una gran semejanza física, aunque sólo sea en sus ojos negros y en el peinado. Pero el alma ardiente, la facultad de generosa indignación y de abnegación, la energía de sus sentimientos, era lo que había de común entre ellas, y por lo que la autora de Eduardo era la hermana gemela de la autora de Delphine.

Si me atreviese a aventurar el contraste, citaría todavía otro nombre, un nombre girondino también, pero plebeyo, el de Madama Roland. -En estos cuidados del hogar y de sencillez doméstica, alternando con los pensamientos ele- vados, ¿cómo no se puede entrever una gran similitud? Bajo las diferencias de educación y de fortuna, podrían encontrarse otras semejanzas. El talento de Madama de Duras era más delicado, seguramente, y menos varonil, acaso menos extenso que el de la compañera de patíbulo de Kersaint; pero en el alma ni el corazón ésta no tenía nada que pudiese envidiarle la primera.