62 MADAMA DE SOUZA
en la cara del hombre que ha reemplazado el hijo, si com- promete su fortuna; mirad a la cara de las mujeres que le sonríen para saber si un amor falso o desgraciado no le arrastra!
“¡Pobres madres! Ya no os debéis a vosotras mismas, siempre preocupadas, contestando a todo el mundo dis- traídas porque vuestro oído está atento a las palabras del hijo que se encuentra en el cuarto vecino... Su voz se altera... La conversación os inquieta... Acaso está con un enemigo implacable, con un amigo peligroso, en una que- rella mortal. Este primer año, vosotras lo sabéis, él lo ignora, su dicha y su vida pueden depender de cada minu- to, de cada paso. ¡Pobres madres, pobres madres! ¡Vuestra existencia es un temor constante!
“¡Luego marcha al ejército! ¡Dolor que no se puede pintar! Inquietud sin reposo, sin descanso... Sin embargo, si después de su primera campaña vuelve ávido de gloria y satisfecho a vuestro pacífico hogar, si todavía vuelve cariñoso para con los antiguos criados, atento y alegre para con los viejos amigos de la casa, si su mirada serena, su risa infantil, su ternura sumisa os hacen ver que siente el placer de estar a vuestro lado... ¡Oh, madres, dichosas madres, dichosas madres!”
Esto se imprimía en 1811. Bonaparte, según dicen, cuando lo leyó demostró su desagrado 1.
Y Esto no le ocurría siempre. Una vez, a la vuelta de un viaje a Berlín, Madama de Souza fué a Saint-Cloud para ver a la Emperatriz Josefina. El Emperador estaba en la grada, impaciente por ir a la caza. La vista de una mujer le contrarió pensando que sin duda esto sería la causa de un retraso para la Emperatriz, que él esperaba, Avanzó con el entrecejo fruncido hacia Madama de Souza y al reconocerla brusca- mente le preguntó: “¿Venís de Berlín? ¿Simpatizan allí con Francia? Madama de Souza vió el gesto de esfinge temible y se dijo: Si con- testo sí, creerá que soy tonta, y si contesto no podrá tacharme de inso- lente, — “Sl, señor ——contestó al fin—-;.simpatizan con Francia, como las damas de edad simpatizan con las muchachas jóvenes”. La cara del Emperador se iluminó. “¡Oh, muy bien, muy bien!” —exclamó dos veces como felicitándola por lo bien que había sabido escapar del lazo tendido. En cuanto a Madama de Souza, recompensada por esta sonrisa, se com- place en citar esta anécdota como prueba de que a veces las frases más ingénlosas son casi siempre espontáneas, “pues —dice— esta respuesta
se escapó a pesar de .ni voluntad y casi estuve a punto de volverme para ver sí alguien me lo había dicho al oído”.