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RETRATOS DE MUJERES 61

Duerme mi niño; con tu mano suave Tiernamente rodeas mi cuello,

En mi pecho se ocultan tus besos; Duerme mi niño, ¡aun soy tu madre!

En Eugenia y Matilde, es donde acaso esté más retra- tada personalmente Madama de Souza. Nunca he leído sin emoción una página que pido permiso para citar, para hacerla sobresalir. Es el grito del corazón de muchísimas madres bajo el Imperio, y Madama de Souza no pudo evitar el exhalarlo. Madama de Revel, desgraciada en su vida íntima, se compadece de las madres que sólo tienen hijas, porque tan pronto como éstas se casan, por el nom- bre y por sus intereses quedan separadas de sus familias. Por la primera vez después del nacimiento de Matilde, siente no haber tenido un hijo: “¡Insensata! —exclama Madama de Souza interrumpiendo sus quejas—, ¡cuántas más graves y más vivas hubieran sido sus inquietudes! ¡Pobres madres! Vuestros hijos absorben durante su in- fancia todos vuestros pensamientos, constituyen todo vues- tro anhelo y cuando creéis obtener la recompensa de tantos años viéndolos dichosos, se os escapan. Su juventud, sus locas pasiones les atraen y les extravían. Vosotras os sentís presas de angustias que hasta entonces os eran desconocidas.

“¡Pobres madres! No hay un solo movimierto en los corazones de vuestros hijos que no haga latir los vuestros. El niño de ayer es hoy un hombre; quiere ser libre, se cree dueño de sí mismo y pretende marchar solo por el mundo. ¡Hasta que él haya aprendido la experiencia, vues- tros ojos no encontrarán el sueño al ver que no vuelven! Estaréis despiertas mucho tiempo antes que ellos y no podréis demostrar los tiernos cuidados que os inspira vues- tro afecto inagotable. ¡Cuántas mañas encantadoras ten- dréis que poner en juego para ocultar vuestra vigilancia a esas cabezas jóvenes o independientes!

“De aquí en adelante todo os tranquilizará. ¡Buscad