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RETRATOS DE MUJERES 57

lesco en tanto que el resto es la vida real retratada con una gran observación. Madama de Souza ha querido pin- tar con la unión del viejo M. de Entrangue y la de Madama de Nancay, sus antiguas amistades, que subsistieron cin- cuenta años hasta la muerte. Como salían del convento para casarse en matrimonio de conveniencia, bien pronto el corazón demostraba sus deseos; se formaban entonces los lazos de su elección, unos lazos únicos y duraderos. Esto ocurría allí donde las conveniencias sociales reinaban y donde dominaba el ideal del siglo xvItr, que en realidad no fué universalmente adoptado. El simpático M. de En- trangue siempre reñido por Madama de Nancav, siempre adulado por Blanca, y que sin querer, por casualidad fa- vorece los proyectos de ésta, es un personaje que se quiere y que hemos conocido, aunque ya no vemos casi ninguno semejante. Madama de Nancay ha vivido también, con- trariada y buena, y que con un poco de buena maña se dejaba dominar sin darse cuenta: “Madama de Nancay entró en su casa dispuesta a reñir a todo el mundo; ella no ignoraba que era un poco susceptible, pues cada cual en su vida ha tenido ocasión de conocerse a sí mismo, o, cuando menos, tiene una idea aproximada”.

Eugenia y Matilde, que ya hemos citado mucho, es, aparte de Eugenio y Adela, el más largo y e! mejor sos- tenido de todos los libros de Madama de Souza. En él presenta la vida íntima de una familia noble durante los años de la Revolución. Eugenia, que se ha visto aban- donada en el convento y que se convierte en el ángel tutelar de los suyos, atrae y fija en ella todas las miradas; su largo vestido negro, sus cabellos cubiertos con una gasa, su fisonomía tan dulce y su gran eruz de abadesa tan no- blemente llevada. Hay un sentimiento muy bien adivinado cuando estando en una de las avenidas del bosque lleva en brazos al pequeño Víctor, el hijo de su hermana. El chiquitín rodea con sus bracitos el cuello de su tía y acerca su carita a la de Eugenia para resguardarse del frío del