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56 MADAMA DE SOUZA

lo más importante en su vida y el fondo más inalterable de sus sueños. La moral y la religión de sus libros son exactas y puras, sin que vea el claustro por el lado de los ardores místicos, ni tampoco por la expiación de las Eloísas y de las La Valliéres. La autora de Lelía, que también fué educada en un convento, que le dejó una impresión profunda, ha expuesto de distinta manera su tranquilidad ferviente. Pero he dicho que la autora de La Condesa de Fargy y Eugenia y Matilde pertenece en un todo al siglo xvim. El convento, para ella, fué alegre, simpático e inolvidable como Saint-Cyr; una jaula de palomas amigas, la curiosidad de una criatura inocente que desea volar. “La parte del jardín que pomposamente llamaban el bosque, no era más que un grupo de árboles situados delante de una casita, separada completamente del convento, aunque encerrada dentro de las tapias; pero es costumbre de las hermanas religiosas que se complacen en dar nombres pomposos a las cosas que poseen, pues acostumbradas a las privaciones, las menores propiedades les parecen considerables”. En el convento de Blanca, el convento de Eugenia, en el momento de la dispersión de las comunidades por la Revolución, hay escenas elocuen- tes; y esta priora que aprovecha gozosa de la ausencia de Eugenia para gobernar la casa, aunque esto no fué más que un día, es una figura de una profunda observación.

La Condesa de Fargy se compone de dos partes, la parte de observación y de experiencia, en la que figuran Madama de Nancay y su viejo amigo. M. de Entrangue, y la historia sentimental del marqués de Fargy y su padre. Esta última me gusta menos, y en general, aparte de Euge- nio de Rothelin y de Adela de Sénange, el aderezo senti- mental es menos original que la observación y que las picantes charlas de todas las demás novelas de Madama de Souza. Esos tipos de guapos mozos melancólicos, como el marqués de Fargy, como el español Alfonso y como el polonés Ladislao de Eugenia y Matilde, caen en lo nove-