RETRATOS DE MUJERES 501
milagros también? Estaba en casa de Cordelia, pero esta- ba sin que eila lo supiese. lJna de sus mujeres me había colocado tras de una cortina y aunque yo soy bella no se me veía. Cordelia entró y apenas se había sentado se apoderó de ella como una languidez. Suspiraba ligera- mente, y luego oí gritos ahogados, y vi que era presa de movimientos convulsivos y rápidos. Entraron: “¿Qué es esto? —dijo cuando pudo hablar—. Aquí hay algo, una flor, ¡buscad!” — Era yo, invisible y oculta, y mi perfume a distancia producía estas maravillas. Si no fuéramos más que una raíz o una corola brillante, ¿podríamos alabarnos de tales misterios?
—Pero, hermanas mías —se atrevió a decir otra que no estaba sin perfume—, ¿no será porque estamos ociosas y en invernadero por lo que hablamos tanto de nuestra fina energía? Yo he sido, me acuerdo bien, y durante muchas primaveras, una flor sencilla del campo. Allí ha- bía flores menos bellas que vosotras, hermanas mías, flores, sin embargo, que lanzaban sus perfumes a los vientos, a las brisas del desierto y algunas veces a los grupos ale- gres que pasaban. Vi hasta animales salvajes (no os escandalicéis) estremecerse tanto como Cordelia por un perfume y revolcarse con placer sobre las flores ingenuas que los embriagaban. Ellas no razonaban, vivían, no se creían de otra naturaleza que las otras hierbas vecinas menos favorecidas. Y aquellas hierbas cuando se las es- trujaba bien, tenían, os lo aseguro, su perfume también, no siempre agradable, es cierto, pero al fin perenne. Her- manas mías, todo esto en la inmensidad de la: praderas y de los bosques, nacía, vivía, moría, se renovaba sin cesar, todo esto se encadenaba sin decírselo, y por una especie de armonía que se bastaba a sí sola.
—Además, había allí cerca, no en la serre ni a título de flor rara (era digno de ello), sino en la ventana, un tallo de reseda que crecía en.una grieta del muro. Es- cuchaba encantado la conversación de las flores y cuando
