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LAS FLORES APÓLOGO

Una tarde de otoño, en un castillo por el que pasó Voltaire”, dos o tres mujeres jóvenes y muy espirituales, hablaban de meta- física, espiritualismo puro y estaban de acuerdo en que el alma no es solamente una cosa aparte, sino que lo es todo. Al día siguiente alguien que las había escuchado escribió:

Había una vez una bella exposición de flores en la Orangerie del Luxemburgo, la más bella que se había visto hacía mucho tiempo, Querría poder deciros los nom- bres y, sobre todo, los matices de estos admirables pro- ductos en los que el arte del jardinero se había excedido a sí mismo, pues eran flores compuestas y no sencillas, y habrían hecho falta sabias continuaciones y afortunados caprichos para obtener aquelias variaciones tan escogidas. No siendo Madama Sand, no las describiré, ni siquiera las nombraré por temor a una grosera confusiór. Lo único que sé decir es que eran flores raras, de calida1, de noble porte, vivas o suaves de color, exquisitas de perfume. Una tarde, en que el público se hubo retirado, que los últimos y moribundos rayos de sol alumbraban la serre, que los cálices que se abrían al día no se habian cerrado y que los que esperan la noche para abrirse comenzaban a sepa- rar sus hojas, en esta hora encantadora, las más nobles de

1 El castillo de Maisons,

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