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RETRATOS DE MUJERES 493

de Christel continuaba, la palidez y el frío no habían aban- donado a'sus mejillas, pero sus ojos azules de un azul celeste parecian agradecer una dicha. La enfermedad físi- ca la obligó a guardar cama y ya no permanecían en el despacho. Una persona que había indicado Hervé, una mujer vieja y de toda confianza y capaz pasaba el día por un sueldo módico tras de la verja y contestaba a los que llegaban sin abandonar la costura. Hacía vida en una habitación próxima a la de Madama M... La ventana daba al jardín, y siendo el muro de éste muy bajo, se veía a lo lejos las praderas y las colinas despojadas de hojas, pues ya había llegado el invierno. ¡Cómo este cuarto de una sencillez y original elegancia, que adornaba un retrato del padre y el arpa de Christel ¡ay! entonces muda, hu- biera sido risueño en verano al lado de sus adorables mo- radores! Hervé pensaba esto cuando caían las primeras hieves.

La terrible estación no estuvo para ellos exenta de dulzuras. Sin interrogarse se contaban su vida pasada y entre las de ambos había muchos puntos de contacto. Hervé y Christel no tenían necesidad de confrontar mucho sus almas pues ha dicho el poeta:

Se conocen desde siempre cuando se aman.

Pero es muy dulce reconocerse, hacer paso a paso los descubrimientos en una vida amiga como en un país des- conocido, gozar día por día de lo nuevo, apenas imprevisto, que se parece a reminiscencias ligeras de una antigua patria y a los sueños de oro de la cuna.

En poco tiempo tuvieron pasado de sus amores. La familia de Hervé tenía alianzas en Alemania y él mismo conocía el idioma. ¡Qué alegría para Christel, y qué en- ternecimiento para la madre, el encontrarse con él como en un rincón libre y extenso del bosque de los abuelos! La pequeña biblioteca de Christel poseía algunos volúmenes traídos de allá por su: madre, y él les leía a veces odas de