RETRATOS DE MUJERES 489
sondeó aquella noche a su hija, pero ésta, a las primeras palabras, se echó en sus brazos y besándola le suplicó que no se volviese a hablar de aquello ni de nada parecido. La madre no insistió más, pero, ante tan rotunda negativa y otras señales que su juicio silencioso habían sorprendido, desde hacía algún tiempo, comprendió.
Sin embargo, el conde vino durante dos meses varias veces por semana, y entre él y Christel no había ocurrido nada exterior que fuese apreciable sino para la sagacidad de un corazón interesado. Para adivinar que hay una pasión en juego es preciso ser madre, una madre prudente, inquieta y enferma que vislumbra la probabilidad terrible de abandonar demasiado pronto a su hija. El mismo Hervé, apenas si se había fijado al entrar en aquel cuarto, en la muchachita mensajera de su amor. Ella tuvo de esto la prueba bien cruel. Era un domingo y había salido a dar un paseo con su madre, cosa que no hacían con frecuencia. Caminaban con paso lento por la carretera, en aquel paraje muy agradable desde el que se veía los campos regados y cortados como por infinitos riachuelos, y más allá,
Allá en el horizonte, Los montes ondulados.
Había mucha gente en la carretera. A lo lejos vieron venir a caballo al conde Hervé. Era la hora de costumbre de su visita y en el despacho le esperaba una carta. Chris- tel temblando se apoyó en el brazo de su madre. Hervé pasó por el centro de la carretera trotando, las miró fija- mente, pero no habiéndolas visto nunca es la calle ni habiendo nunca pensado aparentemente en lo que podría ser Christel con su talle esbelto y en plena luz, no las reconoció a tiempo y nos las saludó. Diez minutos después las volvió a encontrar al regreso y entonces las saludó.
¿Qué hace, pues, el corazón en ciertos momentos, y cuáles son sus distracciones extrañas? Absorbido en una cosa y como ciego no discierne nada a su lado. Mil veces