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RETRATOS DE MUJERES 487

prohibido. La tenía así hasta que su madre se desper- taba o hasta que él venía a las cuatro como acostumbraba. Había acabado por leer corrientemente el pensamiento del sello de lacre que variaba sin cesar con capricho, fácil blasón de la coquetería más que del amor y que no pide más que ser comprendido. El sello del día le indicaba bien el matiz del sentimiento que había de transmitir, y

  • hacía más cruel su tormento.

Algunas veces quería abusar; el sello de lacre rosa sadoptaba la forma de una flor, un pensamiento, alto y derecho como un lis. Acaso sea un lis y no un pensamien- to, se decía. Pero al día siguiente el perro fiel y acostado no le dejaba ninguna duda y le perseguía con tristes y amargas languideces. El león tranquilo la hacía soñar, y otras veces el sello sin ninguna forma la dejaba respirar li- bremente. Un día vió una calavera y dos tibias en cruz y se dijo: ¿Es en serio o en broma? ¿Se anuncia así el dolor?

Tampoco había tardado en distinguir entre todas, las cartas que él escribía, unas veces puestas en el buzón por él mismo, y otras, traídas por un criado. Aquellas cartas eran sencillas, bajo sobre, sin sello de lacre dirigidas a París, lista de Correos, a nombre de una mujer que no debía de ser el verdadero, y parecía que eran serias. ¡Con cuánta emoción las apretaba al ponerles el sello!

¿Cuál era este amor que ocupaba tanto al conde Hervé, que le había arrancado de los placeres de una vida bri- Mante y relegado desde hacía seis meses en el campo con un solo pensamiento? Poco nos importa, y este relato seria demasiado parecido a esos de uniones incompletas y abor- tadas. Una mujer de alta categoría le había hecho conce- siones y aparentaba amarle o lo había creído. Obstáculos que sobrevinieron habían decidido a él a confinarse en aquel destierro fiel. Desde entonces parecía amarle más y se lo repetía constantemente. Pero poco a poco los obs- táculos o las distracciones habían llevado a ella a la amistad (gran palabra de las mujeres para admitir y para despe-