Página:Sainte-Beuve retratos de mujeres.djvu/477

Esta página no ha sido corregida

RETRATOS DE MUJERES 483

comida dormitaba, como le ocurría con frecuencia, la mu- chacha Christel *, pensativa, atenta al primer rayo de sol primaveral que entraba en la habitación, arreglaba dis- traídamente las cartas recibidas, la mayor parte para dis- tribuir y otras para guardarlas en la lista. Entre estas úl- timas observó que había tres con la misma dirección, la del conde Hervé de T..., y las tres escritas por la misma mano, por una mano que parecía elegante, de mujer y misteriosa. Entre aquellos papeles groseros, la limpieza del doblez la separaba y decía que una uña delicada había pasado por él. El perfume fino que exhalaba, indicaba más el lugar embalsamado de donde había salido el triple mensaje. Estas pequeñas huellas hicieron sentir a Chris- tel la pérdida de la vida elevada y distinguida para la que había nacido. Muchacha sencilla, generosa, capaz de todos los deberes y de todos los sacrificios, tenia en el fondo una distinción original, más de una gota de sangre de los nobles abuelos de su madre que se mezclaba sin perderse a todas las franquezas de una naturaleza ingenua y a las justas nociones de una educación sana, Su sumisión a la suerte, disimulaba el íntimo orgullo, así como su sen- cillez corriente permitía todas las gracias. Christel sufría y ese día sufrió más. Se ocultaba cuidadosamente de su madre, y por miedo a delatarse, trataba de no confesarlo ni a ella misma, más que durante la hora de sueño que la dejaba como a solas con su tristeza.

Christel no había amado ni pensaba amar más que a su madre; no la abandonó más que un año para ir a Ecouen, el último año de existencia de esta casa. Los dolores de su patria francesa ocupaban un gran lugar en su alma joven, y cubrían para ella lo vago de otros sentimientos. Sin embargo, los frescos recuerdos de la infancia que evo- caba en esta hora, los bellos lugares que había atravesado, tal bosque de Alsacia o tal balcón de Burgos, los mil ecos

SEA

1 Christel en las baladas del Norte, es algo más dulce que Oristina.