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RETRATOS DE MUJERES 473

fatal. En estos instantes de pleno delirio ella era capaz de toda prueba. La muerte o la ruina le hubieran parecido poco. Deseaba morir con él y hasta deseaba un hijo. Pero esto no era posible. Una caída que sufrió hacía años, sin haberla dejado sin dolor ni traza, había sido causa de cierto desarreglo,

Este amor, que duraba varias estaciones, era, a pesar de todo, una rara dicha en una exacta fidelidad, sin nin- guna de las coqueterías del mundo ni ningún fracaso, y no se veía turbado más que por propios errores. Un día que estaban en una gran fiesta de Sceaux (cuando la duquesa de Maine después de salir de prisión volvió a abrir sus salones), la velada había sido bella, la noche estrellada rechazaba las luces que luchaban con ella en brillantez, los paseos se habían prolongado por los parterres al arrullo de las orquestas escondidas, y las parejas fueitivas. las claridades chispeantes de las hojas, las divertidas extra- vagancias de las sombras en el césped, eran una magia com- pleta en la que no faltaba el concierto de los dos amantes. Monsieur de Murcay, después de los lentos paseos veinte veces comenzados, se despidió de Madama de Pontivy, di- ciendo que tenía que ir a Paris para un asunto, pero que vol- vería a Sceaux por la mañana. Ella le dijo: “¡Cómo! ¿no os quedáis? “Es imposible —contestó—, lo he prometido”; y repitió que volvería al día siguiente. Pero aquella idea de dormir bajo un mismo techo después de una noche pasada juntos (aun cuando ninguna ternura era imvosi- ble) pasó inadvertida para él y sufrió un error. Al día siguiente, al alba, él había vuelto. Mas el efecto no era el mismo. “¡Oh! esto no habría sucedido en los primeros tiempos”, le dijo ella respirando tristemente la rosa que él le ofreció, y le recordó la sensación tan deliciosa que tuvo al dormir bajo su mismo techo en el campo, en la primera primavera: “¡Oh, entonces no hubiera sido así!”, repetía. El comprendió que había cometido una falta, y se confesó de no haber sentido en el instante la misma