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RETRATOS DE MUJERES 471

horizonte; pero Madama de Pontivy lo alejaba pronto de su pasión, como el sol rechaza las brumas; pero que él, menos ardiente pero sí tan sensible, no perdía nunca completamente de vista. Por una rara delicadeza se había hablado del marido al principio, pero después no se volvió a hacer mención entre ellos hasta el último extremo, por decirlo así. M. de Murcay, que acaso era quien más pen- saba, evitaba hablar, y cuando le designaba lo hacía con alguna alusión, y creo que desde la entrevista del jardín no había vuelto a pronunciar el nombre del ausente. Mas este pensamiento era una espina oculta.

Madama de Pontivy, sin ser exigente, era apasionada, encontraba necesario y natural que M. de Murcay evitase ciertas palabras, ciertos juicios, ciertas relaciones que po- dían malquistarle con la tía, más absolutista a medida gue envejecía, y hacer que sus entrevistas fuesen más di- fíciles. Colorada en el centro de una sola idea, ella no veía sino medios, y no concebía que una inclinación filo- sófica discreta o no, una opinión acerca de los oráculos o los milagros :o sobre el sombrero del abate Dubois, pu- diesen ser un obstáculo en aquello para ella tan esencial y tan sagrado. El le contestaba:

“Amiga mía, la pasión, creedlo, existe en mí como en vos; pero con diferencia de naturaleza que es preciso acep- tar. Vos sois mi sol ardiente, ya lo sabéis; yo no soy sino un astro que toma la luz de vos, que se apoya con vos, y que no veis brillar sino cuando parecéis obscure- ceros. Mas sea como quiera en mi, no olvid“is que el hom- bre tiene facultades diversas y que el amor más tirano deja al amante momentos para reflexionar y mirar. Tra- temos de mirar los dos hacia el mismo sitio. No hablo solamente de lo que interesa a la honradez y a la justicia, estemos de acuerdo al hablar de todo, aun de aquellas cosas que son patrimonio del talento, y así haremos más firmes las relaciones de nuestras-almas. Vemos con exac- titud hasta los aspectos diferentes de nuestro amor, para