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RETRATOS DE MUJERES 465

un desbordamiento deplorable y la ruina de todas las no- bles costumbres; en una palabra, sus hábitos y sus sueños de ideal estaban bastante en contra de sus otras opiniones, y, como se había dicho más tarde, de sus principios. Esa especie de oposición se ha encontrado después con mucha frecuencia, pero nunca creo yo, en una naturaleza tan noblemente armónica y tan conciliadora en sus contrastes como la de M. de Murcay.

Por su situación en el mundo y sus ventajas personales, había conservado mucho crédito, un crédito siempre des- interesado. Cuando vió en casa de Madama de Noyón a la joven sobrina, bella e ingenua, un poco rústica, a pesar de la educación de Saint-Cyr, tan enteramente ocupada de un marido que la había puesto en tan cruel aprieto, y aportando una verdadera abnegación a un ambiente de tantas agitaciones ficticias, se interesó, y pidió a la tía permiso para ofrecer a Madama de Pontivy, con sus home- najes, los pocos servicios que pudiese prestarle, Aceptado esto solicitó tomar parte en sus asuntos, que cada vez eran más desesperados.

A fuerza de ver a Madama de Pontivy, de interesarse por el marido fugado, de intentar al menos la conserva- ción de los bienes, y a fuerza de visitar a las gentes del rey convocadas en el Arsenal, y de dar cuenta a su clienta del poco éxito de sus gestiones, la amó y una noche no pudo dudar de que su corazón le traicionaba. Madama de Pontivy estaba aquella noche más encantadora que nunca; la moda de los pabellones en la falda que había adoptado por primera vez, hacía resaltar más la esbeltez de su talle, una languidez más dulce aparecía en su rostro, bien por los polvos que cubrían sus cabellos hasta entonces casta- ños o bien por obra de un poco de amor. Acababan de ha- blar con ardor del desastre del Sistema y la exaltación de más de un interlocutor había animado el diálogo. También habían hablado, no con menos celo, de la Bula. Es preciso decir que la figura y la situación de Madama de Pontivy