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464 MADAMA DE PONTIVY

a quien aterraba la idea de una pariente comprometida. Pero ella no pensaba sino en obtener el indulto de su ma- rido, o, al menos, que no confiscasen sus bienes, en nombre de una hija de su matrimonio a la que adoraba con pasión singular, y que dejaba ver la ternura de esta alma todavía confusa.

Establecida en casa de su tía se encontró en una sociedad muy diferente de la que había abandonado, pero también, a su manera, tan belicosa. Estaban en plenas intrigas moli- nistas, y Madama de Noyón, su tía, aligada a los Tencin y los Rohán, mantenía la bandera de este partido. Mas a través de estas discusiones sobre la Bula, y sus propias inquietudes para obtener el indulto de su marido, Madama de Pontivy conoció en casa de su tía a M. de Murcay.

Monsieur de Murcay era un carácter muy abstraído, muy matizado, del que ella no se habría dado cuenta si él, para prestarle un servicio en acuella situación angustiosa en que la vió, no se hubiese «cercado a ella con más vehe- mencia que lo que acostumbraba. Aliado o pariente leja- no de Madama de Maintenón, había nacido protestante, pero bien pronto se convirtió a la religión católica. Siendo muy joven; había servido distinguiéndose en la última guerra de Luis XIV, y había sido honrado en Denain con un magnífico apóstrofe de Villars. Pero una delicadeza siempre vigilante y muy fina, le prohibió valerse del favor de su pariente ni de una conversión impuesta a su infancia. Ante este recuerdo enrojecía, y era poco calvinista y lige- ramente católico, inclinado a la filosofía, pero disimu- lando todo esto con una discreción habitual. Lo cortés cubría a la vez a un caracter enérgico y a un tierno cora- zón, Aunque el final del reinado de Luis XIV y la devo- ción reinante fuesen para él un enorme peso de menos, aunque se sintió con gozo, librado del favor a que difícil- mente hubiera podido sustraerse, y cuya idea le hería por una vergiienza secreta (siendo niño había sido convertido por astucia y por interés), no veía en la Regencia más que