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MADAMA DE PONTIVY *

No, no es cierto que el amor no tiene más que un tiem- po más o menos limitado para reinar en nuestros corazo- nes, que después de una época de brillo y de embriaguez, su declinar es inevitable, que cinco años, como han dicho, sea el plazo asignado por la naturaleza a la pasión que muere por sí sola. No, no es verdad que el amor en los corazones sea un no sé qué, que una nada hace nacer y que otra nada desvanece, que esta bella y elevada pasión sea como un cristal precioso que se rompe al menor golpe sin que nada pueda repararlo. Esto, algunas veces, ocurre así. Pero, cuando el pensamiento y el alma preparan al amor el lugar debido, cuando los recuerdos antiguos en- cantadores intervienen, cuando los corazones son fieles, un accidente, un enfriamiento momentáneo no son irre- parables. El amor, como todo lo que se relaciona con el pensamiento, no puede estar a merced de un error invo- luntario, no se rompe como el espejo cuyo marco nuevo se agrieta por efecto de un sol ardiente o bajo una lluvia constante: permanece intacto. No es siquiera un diamante que puede ser rayado. El alma misma, vive una vida invi-

1 Aunque los dos retratos que siguen np tienen nada de literario, nos hemos atrevido a incluirlos en este volumen. Seríamos felices si no se los encontrase demasiado fuera de lugar y demasiado cerca de los autores de La Princesa de Cleves y de Valeriana.

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