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458 MADAMA DE RÉMUSAT

sidad de pruebas extraordinarias; pero el respetable ecle- siástico la tranquilizó. Osemos alzar, no como alabanza para ella, sino como lección para algunos, una punta de este santo velo. “Sois vos, Dios mío —exclamaba—, quien ha permitido que yo viniese a este mundo al que todos somos llamados para hacer un corto y penoso viaje. Cuan- do éste termine volveremos hacia vos. ¿Cómo me recibi- réis cuando haga al pie de vuestro santo tribunal el relato de una vida, casi exenta de buenas obras? ¿Me podré ala- bar de haber sido prudente, habiendo sido dichosa? ¿Po- dré contaros algunas pequeñas limosnas que no me cos- taron privaciones? ¿Diré yo que no odiaba nada a mis enemigos, cuando vos habéis permitido que mi corazón estuviese ocupado enteramente por los sentimientos más dulces? ¿Qué será de mí cuando me reprochéis el haber- me enorgullecido por mi felicidad y haberme sentido or- gullosa por ser feliz hija, feliz mujer y feliz madre? En- tonces me acordaré con amargura de que he olvidado dar gracias a mi creador por todos estos bienes que me ha entregado...” Y el abate Duval, con su acento sencillo y persuasivo le contestaba: Decís que sois dichosa; enton- ces ¿por qué afligiros? Vuestra dicha es una muestra del afecto que Dios siente hacia vos y si en efecto vuestra alma es amante, ¿puede negarse a responder a la bene- volencia divina? La religión, fuera de ciertos casos, quiere una vida activa, Es más fácil, creedme, abandonar su co- razón al amor y al reposo en el retiro, que servir a Dios en el mundo... Grabad en vuestra alma esta primera ver- dad, que la religión quiere al orden ante todo, y que puesto que ella ha permitido y consagrado el establecimiento de las sociedades, se complace en fomentar los deberes que concurren a sostenerla... Pero, sobre todo, desechad ese error, de que sólo las penas pueden hacernos agradables a Dios, Dejad a la vida y al tiempo que nos las traen. Basta con estar dispuestos a sufrirlas. Disponeos a la