RETRATOS DE MUJERES 457
Madama de Rémusat estaba, pues, hacia 1820, en la madurez de su talento, en el desarrollo de sus opiniones probablemente definitivas, pero sin embargo, muy activas; había vuelto a la misma sencillez alegre y con una gran facilidad en la conversación. Amaba la juventud y lo nuevo, era un poco burlona, piadosa o más bien cristiana, sin gran fervor aparente, pero muy firme en las creencias esenciales. Aunque envejecida antes de tiempo, su salud parecía mejorada o, al menos, le dejaba más libertad de acción. Se había adicionado a la vida interior y domés- tica y se había entregado por completo a la dicha de los suyos, cuando murió prematuramente en diciembre de 1821.
En un cuadernito de pensamientos, leo preciosas con- fidencias que trazó como continuación de sus sentimientos religiosos de toda su vida acerca de sus distracciones en los años de frivolidad. Es toda una vida íntima, un filón oculto al mundo y del que nadie sabe la existencia. No seamos nunca prontos a prejuzgar los misterios de las almas. Es consolador pensar que si no se adivina todo el mal tampoco se sospecha todo el bien. A partir de 1806 en que hizo un viaje a Cauterets estando enferma, el pensamiento cristiano no la abandonó totalmente, y podemos seguir sus huellas en este cuaderno por una con- tinuación de extractos de Pascal, de Fenelón, de Bossuet, de Nicole y de San Agustín, y por las oraciones que ella misma había compuesto o que le había enseíado Madama de Ventimills. En él copiaba la bella carta de Madama de Maintenón a la duquesa de Ventadour. Pero esto no era sino lo que ella llama medios intestinos, pues el gran su- ceso interior, la reconciliación, tuvo lugar en abril de 1812. Una grave enfermedad que sufrió al principio de este año, y otra que sufrió su hijo, fijaron de una vez sus irresolu- ciones. Se acercaba la Pascua y se decidió a escribir al prudente abate Le Gris-Duval. Ella exageraba un poco sobre el acceso a la religión, la dificultad de obra, la nece-
