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afirmar que estén totalmente destruidas”. Un día, después de una comida oficial en casa del ministro, la conversación se sostiene con un extraño interés: “Cosa rara (dice uno de los personajes de la novela), gracias a la libertad de espíritu de que el ministro daba ejemplo a todos, sus con- vidados diplomáticos no parecían estudiarse. Yo hice esta observación al duque cuando los comensales se hubieron marchado: “Pienso, me dijo, que es una señal de medianía y casi de desdén, el no permitir que ninguna cuestión se- ria sea tratada delante de él. Existen nociones importan- tes que no se pueden obtener más que por la conversación. Basta con saber resistir al arrastramiento que le acompa- ña, pues hay una especie de borrachera en ese placer del cerebro”. La maquinación tramada por el ministro, que está a punto de ser la causa de que perezcan los per- sonajes que le son más queridos, no hace más que retardar un poco su caída, Su vie,a amiga la condesa de Lemos le había dicho: “Tened cuidado, la intriga cuando se com- plica deja de ser un medio y se torna una dificultad más”. En el momento de su retirada y de su viaje por el campo, que no ha visto desde hace tanto tiempo, en donde se pasea con una sombra de sonrisa y mirada apagada, sor- prendo este pensamiento: “En todas las desgracias que nos ocurren, hay un momento doloroso que debemos apresu- rarnos a recorrer; es como un pasaje obscuro y difícil, una especie de pórtico entre la desesperación y el resignarse. Yo pondría la inscripción contraria a la de Dante en las puertas del Infierno. Una vez pasado este momento se miden las pérdidas y nos damos cuenta de los consuelos que nos quedan. Para un ministro en retirada, este mo- mento debe hallarse en el primer día, en la primera noche que sigue a su desgracia”. Debemos desear a todos nues- tros ministros que han caído, o que caerán, que fran- queen en un día, o en una noche, este pasaje subterráneo, que como el del Pausliupo, debe hacerles visible el espec- táculo de más bellos cielos.