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452 MADAMA DE RÉMUSAT

bien el secreto de las cortes, pero que no lo dice todo. Cómo no reconocer su début entusiasta de 1802, en la exclama- ción de Alfonso después de una frase aduladora del sobe- rano: ¡Ay hermana mía! Qué fuerza y qué poder tienen las palabras de los reyes. Qué agradecimiento nos despier- tan los menores testimonios de su benevolencia, Un pe- queño signo de su bondad, una prueba de su recuerdo decide de nuestra suerte, y la abnegación de toda nuestra vida entera es la respuesta que creemos debida a la más leve apariencia de interés”. Me extrañaría que no mez- clase un recuerdo presente al relato de esa excursión al campo que la reina idea para reponer al rey enfermo, y a la etiqueta: “En efecto, a nuestra llegada a Aranjuez el rey nos anunció que, fijándose en nuestro respeto, el ceremonial sería suspendido, y que cada uno tendría la libertad de obrar según su propia fantasía. Tú, hermana mía (es una carta de Alfrnso), que eres algunas veces burlona para con nuestros cortesanos, te habrías diver- tido viendo el embarazo en que nos puso esta declaración. Es cierto que nos fué hecha con la gravedad que no aban- dona nunca el rey. La improvisación es siempre cosa di- fícil, y particularmente la de la libertad. Es preciso confesar que no sabíamos qué hacer de la nuestra. La imaginación no se atrevía a ir muy lejos, y los propios soberanos se esforzaban en averiguar lo que ellos podían hacer. A pesar de la buena disposición del señor y de los súbditos, las horas han transcurrido como de ordinario, y al regreso a Madrid, cada cual ha continuado en buen grado sus obligaciones, los unos mandando y los otros obedeciendo”. Y las reflexiones que siguen son de una perfecta y triste realidad: “En el fondo, hermana mía, el ceremonial de la corte, del que se quejan con frecuen- cia, tiene, a mi entender, algo de útil y casi de moral. Cerca de los príncipes, el interés personal está tan en guar- dia, las malas pasiones están con frecuencia tan en juego, que si fuese preciso obrar siguiendo nuestras propias