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450 MADAMA DE RÉMUSAT

nos, menos previsión, y algunas negligencias femeninas. Falta muy poco a esta novela para ser digna de figurar entre una agradable producción de Madama Riccoboni y otra de Madama de Souza. Le falta una cierta juventud, es decir, debió salir a tiempo del cajón, a fin de vivir en su estación y haber respirado pleno aire y pleno sol.

En estas obras, en las que hay colores y flores, va una gran diferencia entre el envejecer en el cajón o envejecer a la luz. Las obras que se encuentran en este último caso pueden decir: He tenido mi tiempo. Se han unido al pú- blico, formaron parte de sus impresiones una vez, y enve- jecen con armonía.

La segunda novela de Madama de Rémusat, de la que quiero hablar, Cartas españolas o El ministro, es una com- posición de otro orden más importante. Comenzada hacia 1805, en la corte imperial, no fué terminada hasta 1820, y así ocurre que en su trama se ven las modificaciones sucesivas que sufrieron las ideas del autor, pues el talento de Madama de Rémusat, siempre activo, se modificó y se maduró incesantemente. .

La primera restauración la encontró dispuesta. La fa- tiga de los ingenios era grande al final del Imperio. Había visto demasiado y tocado muchos resortes para no haber sufrido desengaños. Hablaba confidencialmente desde ha- cía muchos años con el personaje más elevado (M. de Talleyrand). Con un sentimiento de esperanza, y casi con Una cierta vehemencia de antiguos recuerdos, acogió el orden que renacía, que debía ciertamente disminuir la posi- ción adquirida por ella. La pequeña novela de los jóvenes emigrados demuestra en varios detalles el matiz borbónico que tuvieron sus pensamientos. Pero los sucesos y las ridiculeces de la reacción realista, sobre todo en 1815, hi- cieron que adquiriese la exactitud en el punto de mira de todas las cuestiones. Las ideas constitucionales reapare- cieron en el tapiz como por la primera vez, y su firme inteligencia se hizo cargo de ellas en toda su extensión.