RETRATOS DE MUJERES 47
hasta la muerte del viejo; las escenas del parque, del jardín, los paseos por el agua, las charlas en derredor del fuego, la vuelta al convento y las visitas a las antiguas amigas; un palique inocente, variado, en el que hay relám- pagos de pasión; el bienhechor que se une como para bendecir el progreso del amor; después, por miedo a de- masiada uniformidad en los tonos dulces, la sociedad al fondo y el perfil de las gentes, las ridiculeces y las intrigas indicadas; más de un original o de un tonto dibujado de un solo trazo muy alegre y al pasar; la vida real, en una palabra, reducida a un círculo escogido; una pasión cre- ciente que se desborda como las aguas de Neuilly, bajo las cortinas de verdura y se desliza en deliciosas laxitudes; huracanes pasajeros, sin ráfagas fuertes, parecidos a las lluvias del mes de abril; la más difícil situación honesta llevada hasta el fin, sin la menor alternativa, con una facilidad que no degenera nunca en abandono, con una nobleza sin exageración, con indulgencia para todo lo que no es indelicado; tales son los méritos principales de un libro en el que no hay una sola palabra que altere su armonía. Lo que corre por él y lo que le anima es el genio de Adela, genio amable, alegre, ágil, alado como un pájaro, caprichoso y natural, tímido y sensible, rojo de pudor, fiel, pasando de la risa a las lágrimas, lleno de calor y de niñerías.
Fué en la víspera de la Revolución, cuando fué com- puesto este libro, en el año 93 en Londres; en medio de calamidades y de obstáculos el autor lo publicó. Esta Adela de Sénange apareció con sus vestidos de fiesta, co- mo una virgen de Verdún que escapase de la degollina, e ignorante de la suerte de sus compañeras.
Madama de Souza, entonces Madama de Flahaut, antes de casarse muy joven con el conde de Flahaut que tenía cincuenta y siete años, había sido educada en un convento de París. Sin duda ese es el convento que ha pintado en Adela de Sénange. Había un hospital, anexo al convento