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a escribir !. En estos años veía mucho a Madama de Ven- timille y a esa sociedad escogida, cuyos detalles nos ha pintado con una vivacidad tan afectuosa como punzante Monsieur Joubert en sus cartas. La sociedad de Madama de Ventimille era más y mejor que una continuación del siglo xvi. En este tiempo en que todo renacía, había en ciertos rincones como una reflorescencia del puro xIv. El gusto se remontaba a sus más altas fuentes, y la religión servida por M. de Chateaubriand representaba sus grandes mo- delos. Mientras que fuera, una librería inteligente, ayu- dando a esta reacción del público, reimprimía colecciones de antiguas memorias, selecciones de cartas de Madama de Montmorency, de Madama de Scudery y de Madama de Coulanges, se citaba tal círculo en el que las mujeres se vestían de duelo en ocasión del aniversario de la muerte de Madama de Sévigné.
La moda de los retratos, que no había desaparecido por completo, parecía revivir como en los mejores tiempos de Mademoiselle. Después del de Madama de Houdetot por Madama de Rémusat, podría citar todavía el retrato de Madama de Ventimille y el de M. Pasquier, el cual, en muchas cosas, nos parecería de ayer, tanto acompañan mi trabajo hasta el final a los méritos sólidos las facultades amables que la sociedad ejerce. Madama de Rémusat, en las horas libres que le dejaban sus funciones de servi- cio oficial, desde entonces atemperadas, se complacía que- dándose en casa. Su salón de la plaza de Luis XV fué uno de los tiempos del Imperio. La sociedad de Madama de Ventimille y la de Madama de Houdetot se encontraban en él con algunas ligeras variaciones. Formaban parte de ella M. Molé, M. Suard, el abate Morellet, M. de Bausset (el cardenal), M. Galloix, M. Cuvier, la señorita de Meulan y Monsieur Guizot, M. de Barante, M. de Fontanes, algunas veces, Gerard el pintor, y más tarde M. Villemain. En un
1 M, de Talleyrand, un día que presidía el Senado, aburriéndose, cogló una hoja de papel oficial, y con su letra diminuta trazó el retrato de Clary.