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442 MADAMA DE RÉMUSAT

Hacia esta época, el gusto de la conversación y de la literatura fueron las ocupaciones crecientes en la vida de Madama de Rémusat. Las serias reflexiones vinieron con la edad, aunque su madurez databa desde su juventud. En un viaje que en 1806 hizo a Coterets por su salud, el ais- lamiento en que se encontró al salir de una corte que había anticipado su experiencia, le dió lugar a reunir los frutos ya tristes y amargos. Sus sufrimientos la incli- naron hacia las ideas religiosas en las que durante su infancia fué ferviente, pero que se habían entibiado un poco después. Rezó y sobre todo meditó: “La medita- ción —ha dicho ella— se diferencia del ensueño en que la primera es la operación voluntaria de un espíritu”. Las reflexiones que escribió hacia el mismo tiempo después de haber leído las de Madama du Chátelet sobre la Dicha, nos la muestran muy contraria a la moral egoísta y seca- mente calculada de la amiga de Voltaire, así como también estuvo poco inclinada a la moral puramente sentimental extraída de Rousseau. La suya buscaba más bien su apoyo en la razón y se encaminaba al deber. Sin embargo, las ideas y hasta las mismas prácticas religiosas intervinieron, y tuvieron más eficacia que lo que sus amigos lo hubiesen creído, pero acaso menos que lo que ella decía. En un ex- celente trozo fechado en 1813 sobre la coquetería, no había tenido necesidad de consultar su observación moralista, su juicio sano ni sus gustos delicados para decir:

“A los treinta o cuarenta años es cuando las mujeres se dan más a la coquetería. Cuando son más jóvenes gus- tan sin esfuerzo y por su misma ignorancia. Pero cuando su primavera ha desaparecido, comienzan a emplear las mañas para conservar los homenajes a los que les es muy difícil renunciar. Algunas veces también intentan adornarse con las apariencias de inocencia que les valieron tantos éxitos. Se equivocan; cada edad tiene sus ventajas y sus deberes. Una mujer de treinta años ha visto el mundo y conoce el mal aunque no haya practicado sino