438 MADAMA DE RÉMUSAT
Así reanimaba todavía a su vida que se apagaba, y estas solas palabras yo amo, han sido los últimos acentos que su alma exhaló al encaminarse hacia Dios”.
Madama de Rémusat dibujaba este admirable retrato en 1813. Quince años antes había entrado en esa sociedad restaurada que componía tantos restos, y que se disponía a sonreír graciosamente, a pesar de sus arrugas. Esta sociedad de Madama de Houdetot, en la que reinaban todavía los últimos filósofos, M. de Saint Lambert, M. Suard y el abate Morellet, no era más filosófica que lite- raria. Había allí, nos dice un buen juez, una mezcla bas- tante pacífica de luces modernas, de deseos retrógrados, de gustos del antiguo régimen, costumbres sencillas, tris- tes pesares por los dolores del 93, y había, sobre todo, un vivo deseo de felicidad, de tranquilidad final y de place- res de sociedad. Lo que habría sido una contradicción diez años antes se ajustaba rr aravillosamente a aquel mo- mento. A través de esta mezcla de ideas y de sentimien- tos, nada oprimía la acción libre del pensar y nada forzaba su dirección. Los talentos jóvenes podían gobernarse ellos mismos y trazarse una línea de conducta. En política, se era realista, en el sentido de que preferían Luis XVI a sus jueces, y los emigrados a los jacobinos; pero, en general, se mostraban muy dispuestos a acatar todo gobierno re- gular, todo lo que garantizase el orden y el reposo. Era la buena compañía del Consulado. El Consulado desde el primer día fué saludado y reconocido.
Madama de Vergennes había tenido en todo tiempo algunas relaciones con Madama de Beauharnais, y no las había interrumpido con Madama de Bonaparte. La ca- sualidad las había acercado por primera vez en una aldea de los alrededores de París en donde habían pasado el terrible verano del 93, y otra casualidad las unió en el tiempo de la expedición a Egipto. Madama Bonaparte habitaba entonces Malmaison, y Madama de Vergennes vino a permanecer algunos meses en Croissi, muy cerca
