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RETRATOS DE MUJERES 437

vino con su benevolencia acostumbrada y quiso gozar to- davía de los bienes que no podían escaparle. La necesidad de amar que existió siempre en ella la guió a reemplazar a amigos que había perdido con otros amigos jóvenes, que ella escogió a su gusto, y cuyos nuevos afectos consolaban las pérdidas. Creía honrar todavía a los que había amado y de quienes se veía privada, cultivando en su edad avan- zada las facultades de su corazón. Muy débil para mante- nerse en su vejez con sólo sus recuerdos, creía que no se debía cesar de amar antes de cesar de vivir. Una Provi- dencia indulgente le otorgó este placer preservando sus últimos años del aislamiento que generalmente les acom- paña. Cuidados asiduos y delicados embellecieron sus últimos días con algunos colores que había repartido su primavera. Una amistad muy complaciente! consintió en tomar con ella la forma que acostumbraba a dar a sus sentimientos. La razón austera y desengañada podía a veces sonreír ante esta juventud eterna de su corazón, pero esa sonrisa habría sido sin malicia, y al final de la vida, Madama de Houdetot encontró en la gente esa in- dulgencia afectuosa que sólo la infancia tiene derecho a reclamar.

“De otra parte ha probado por el valor y la calma que demostró en los últimos momentos que el ejercicio pro- longado de estas facultades del corazón no quita ener- gías. Cuando se sintió morir, no dejó escapar más que la expresión de un sentimiento tan tierno como con- movedor: —No me olvidéis —decía a sus purientes y a sus amigos que lloraban en torno de su lecho—, tendría más valor si no fuese preciso abandonaros; ¡pero, al menos, que viva en vuestro recuerdo!

1 La de Madama de Sommariva, Sería toda una historia renovada el decir la pastoral a que se prestó. Javen, rica, se fingió desgraciada, arruinada, desterrada a fin de representar mejor el papel de extranjera enternecida y llena de agradecimiento, para dar pretexto a Madama de Houdetot que dijese en su candor: “¡Pobre joven! No es extraño que me ame”,