RETRATOS DE MUJERES 435
De un carácter muy diferente del de Madama de Ver- gennes, y perteneciendo a una generación mucho más an- terior, Madama de Houdetot habitaba en Sannois. Sólo un muro separaba a las dos familias, y la vecindad y las amables conveniencias las unieron. La intimidad que si- guió fué de un efecto duradero en el espíritu de Madama de Rémusat, y determinó en cierto modo el medio social en que pasó su vida. Madama de Houdetot no murió hasta enero de 1813, a la edad de ochenta y tres años. En los años en que nosotros la tomamos, es decir, un poco antes de 1800, el salón de esta amable anciana reunía los restos de la buena sociedad y de la sociedad filosófica que en nin- gún momento había sido absolutamente desterrada. Se puede decir de Madama de Houdetot, que su ideal de exis- tencia no salió nunca de ese valle de Montmorency, en el que la llama de Juan Jacobo ha grabado su recuerdo con caracteres inmortales. Su primavera de idilio floreció mu-" chas veces y su frescura de impresiones se conservó hasta el último día. Madama de Houdetot pasó en el campo la época del Terror. Su retiro fué respetado, sus parientes se agruparon en torno suyo, y podría haber ocurrido muy bien (escribe Madama de Rémusat en un retrato de su vieja amiga) que no guardase de estos días terribles nada más que el recuerdo de las obras más tiernas y de las relaciones más afectuosas que le demostraron. Madama de Houdetot era de esas almas que se nintan con esta frase: han pasado por el mundo viéndol. bien. Esto es accesible a todo el mundo. La feliz ilusión de que se rodea una naturaleza amante, lanza destellos en torno suyo, y presta un poco de calor a los demás. Mas quiero, de este retrato que tengo a la vista y que tiene por epí- grafe la frase de Massillon: Es el amor lo que decide al hombre a todo, quiero extraer algunos párrafos que fija- rán mejor los matices, y nos acostumbrarán más a la ob- servación juiciosa y sutil, a la línea graciosa y pura de la que lo ha trazado:
