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MADAMA DE RÉMUSAT

Siento gran debilidad por los autores que lo son sin saberlo. Se vive en el mundo al lado de ellos, gustamos de su ingenio, y estamos a cien leguas de pensar en el hombre de letras, en la mujer de letras, en el autor, ni en nada que se le parezca. Pero, un día, un verano, en un momento de aburrimiento, después de los años bri- llantes, esta persona, en el campo, toma una pluma, y traza, sin objeto determinado de antemano, una novela con sus recuerdos para ella sola, o bien escribe cartas Imuy largas a sus amigos. Dentro de cincuenta años, cuan- do todos se hayan muerto, cuando ya no se leerá más el hombre de letras de profesión y sus treinta volúme- nes que pasaron irán a enterrarse en los catálogos fúne- bres, la humilde y espiritual mujer será leída, saboreada con tanto placer como cualquiera de nuestros contempo- ráneos, y se convertirá en uno de los más admirables y duraderos ornamentos de esta literatura, en la que no parecía pensar más que nosotros cerca de ella,

Los ejemplos dignos de citarse en este género no faltan en el pasado, y es preciso esperar que el porvenir nos reserve algunos. Desde ahora todo no será regulado por la profesión, y lo imprevisto nos sorprenderá. En esta rara y fina hilera, en que figuran desde Madama de Sé-

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