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RETRATOS DE MUJERES 429

Madama de Charriére tuvo, me parece, una vejez bas- tante triste y que encerraba estoicamente su queja. Alma firme y orgullosa, como hemos podido ver en el fragmento de la carta citada al principio y que se refiere a su final, estaba hecha a las necesidades diversas de la sociedad o de la naturaleza. Se aplicaba secretamente lo que escribió con acento penetrante y elocuente en las cartas de Cons- tancia: “Madama de Horst (alguna dama de Osnabruck) estaba en nuestra compañía. Se quejaba de su estado de aburrimiento. ¿Y yo estoy sobre rosas? dijo la emigra- da sonriendo. Madama de Horst fué la única que no lo oyó. Pues bien, he aquí una cosa que las gentes sensi- bles y juiciosas deben al duelo que cubre a Europa. Enro- iecerían al hablar de sus pérdidas particulares y disimu- lan sus pequeñas humillaciones. Desde hace tres años oigo a Catimozin por todas partes, y cuando nace mi queja muere en mis labios, y en el silencio a que yo misma me obligo mi almá se reconforta”.

Había contado poco con el amor y no había deseado la gloria, más aun cuando la razón ahuyenta a las quime- ras, la sensibilidad no pierde nada. Este lindo jardín del país de Vaud y la vista de las colinas no la consolaban más que a medias. El anillo misterioso de la dicha estaba para ella, desde hacía mucho tiempo, hundido en el abis- mo de los lagos tranquilos. Expiró el 27 de diciembre de 1805 a las tres de la mañana, y ya hacía varios días que no daba señales de vida. Tenía sesenta y cuatro o sesenta y cinco años próximamente. Su marido la sobrevivió. Desde hacía mucho tiempo seguía las huellas de Madama de Charriére por la lectura de Cartas de Lausana. Me- jor informado:de todas las cosas relacionadas con ella durante mi estancia en su país, habría creído faltar a una especie de justicia, no hablar más pronto o más tarde, de

buenas obras como si fuéscis puros. no para honraros sino para consolar a1 que sufre. Que el pobre no se dé cuenta de vuestro error, pues ese es el medio para que desaparezca pronto.