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RETRATOS DE MUJERES 425

una justificación, añade sonriente: “Sin embargo, permi- tidme que os diga que podríamos burlarnos de vos acerca de muchas cosas que encontráis muy naturales, y esto porque os conviene”. — ¿Qué queréis decir? exclama Emi- lia. — ¿No véis, dijo Constancia, que en el castillo sedu- cís a Teobaldo, inquietáis a su madre, y desoláis a su prima?...”

“Lo que Constancia había hecho sentir a Emilia se pa- recía mucho a lo que Josefina le había hecho comprender hacía cerca de tres meses, cuando se encontró en el mis- mo sufrimiento, y que sus reflexiones fueron poco más o menos las mismas. La una tenía amantes, a los cuales no quería renunciar, y la otra poseía unos bienes mal adqui- ridos que no quería devolver. A la una y a la otra las quería; la una y la otra le eran útiles; la una y la otra habían unido en sus confesiones el reproche y la justifi- cación. A los ojos de la una ni de la otra no era perfec- tamente inocente la que se creía con derecho a juzgar, a censurar, a demostrar casi desprecio...”

El propio Teobaldo (el joven barón alemán, enamora- do de Emilia), cuando se quiere mostrar severo, partida- rio absoluto del deber y convencido de las flaquezas y vuelto a la tolerancia:

“—¿Vuestro señor hijo —dice Constancia a Madama de Altenford—, es lo mismo que quiere que sean los de- más? — ¿Cómo responderos? —dijo Madama de Alten- ford—. Suponiendo que mi hijo no tuerza nunca la regla, pero que en ciertos casos la desconoce, la rompe y no hace caso de ella ¿es o no es como él quiere que sea? — Cuando la pasión ciega y extravía —dice Teobaldo bajando los ojos— ¿qué se es? Se cesa de ser el mismo. — ¿Cómo? —dijo Constancia—, ¿vuestras pasiones se hacen dueñas de vos hasta ese punto? Eso es muy peligroso. — Teobaldo, convertido de acusador en acusado, se mostró más suave como más modesto, y agradeció mucho el silencio que guardó Emilia”.