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RETRATOS DE MUJERES 421

por una carta a su abuela, ya lanzado con su espada al cinto, en la alta sociedad de Bruselas. Hablan de la mú- sica que aprende y de qué manera: “Yo querría que se pudiese impedir que mi sangre circulase con tanta rapidez en mis venas para darle una marcha más cadenciosa y he intentado si la música produciría este efecto. Toco adagio y largo que dormiría a treinta cardenales. Los primeros compases van bien, pero yo no sé por qué arte de magia acabo siempre con el prestísimo. Lo mismo ocurre con el baile; el minué se termina siempre con cabriolas. Yo creo, querida abuela, que este mal es incurable”. Y a propósito del juego de que es testigo en estas reuniones mundanas: “Sin embargo el juego y el oro que veo rodar me causan alguna emoción”. En esta carta aparece ya su peligrosa sutileza con todos sus brotes abiertos.

A la vuelta de sus viajes y una vez su educación ter- minada, vió a Madama de Charriére, apoyándose algún tiempo en ella, quien le amó. El recuerdo se ha conser- vado. Se cuenta que estando en Colombier en casa de ella, como permanecían hasta muy tarde cada uno en su habi- tación, todas las mañanas desde la cama se escribían car- tas como una especie de conversación. Era un mensaje perpetuo de un cuarto al otro, y esto les parecía más fácil que levantarse, pues ambos eran muy perezosos y muy es- cribidores. Cerca de un talento tan sutil, tan firme y tan atrevidamente escéptico, el joven Constant pulió el suyo, en esas conversaciones matinales de Colombier; liscutien- do y acaso dudando de todos pudo llegar desde el principio a esta frase: Una verdad no es completa sino cuando en ella está comprendido el argumento contrario. Más tarde, cuando Benjamín Constant se lenzó a un escenario dife- rente, ella le hablaba y él contestaba poco. Hablaba de ella con ligereza, según dicen, como un hombre que ha abandonado una bandera para servir bajo otra. Se que- jaba de que las cartas que recibía de ella estaban llenas de las erratas de las obras que había publicado, y parecía