414 MADAMA DE CHARRIÉRE
hacerlo. Esto es una especie de lazo, mas, ¿qué me atrevo a decir? Una obligación eterna que usted me habrá im- puesto, y usted no podrá rechazar nunca mi reconocimien- to, mi respeto, mis servicios y mi abnegación. — Yo no los rechazaré —me dijo con uno de sus acentos más en- cantadores— pero es mucho más de lo que yo merezco. — Entonces añadí: ¿Se encarga usted de este cuidado? ¿Me lo promete? ¿Esa muchacha no sufrirá? ¿No tendrá que trabajar puesto que no le conviene? ¿No tendrá que soportar más insultos ni reproches? — Esté usted tran- quilo —me contestó—; le daré a usted cuenta cuando le vea de lo que he hecho y me haré agradecer por mis asi- duidades y pagar mis servicios. — Sonreía diciendo estas últimas palabras. — ¿No será, pues, necesario que la vuel- va a ver? — dijo el conde. — De ninguna manera — con- testó precipitadamente ella. Yo la miré; ella me vió y se puso roja. Yo estaba a su :ado, y me incliné hasta el suelo. — ¿Qué ha dejado usted caer? ¿Qué busca usted? — me preguntó. — Nada, he besado su vestido. Es usted un ángel, una divinidad. Me levanté y de pie me puse frente a ellos. Mis lágrimas brotaban, pero no me avergonzé por- que sólo ellos me veían. El conde Max ha hablado de mí algunos momentos con benevolencia, Esta historia acaba bien —decian—, pues esa muchacha era digna de compa- sión; pero no absolutamente desgraciada. Convinieron en ir a buscarla en seguida al sitio en que trabajaba. Me ordenaron quedarme, y para no despertar ninguna sos- pecha, que bailase si podía. Di mi bolsillo al conde y los vi marchar. Así acabó esta extraña reunión”.
> Las últimas cartas que siguen a esta escena decaen suavemente, pero sin desilusionarnos. La señorita de La Prise desde este momento ha cambiado; siempre sigue sien- do tan natural, pero no tan alegre, y a los ojos de Meyer más imponente. Una carta a su amiga Eugenia acaba de abrirnos su corazón. Ama, ha pasado la crisis, es dicho- sa, y convencida de la sinceridad y de la lealtad de su