RETRATOS DE MUJERES 413
sas, por la noche, antes de marcharse, con sollozos le con- fiesa todo, Meyer, que ha roto con la pobre niña desde varios meses no sabe nada y la señorita de La Prise es quien se lo hará saber. Al día siguiente en el baile, tam- bién pálida, grave y solemne encuentra a Meyer, que im- presionado palidece sin saber por qué. La saca a bailar, pero ¡se trata de esto! Esta escena, según mi opinión, es encantadora y realmente casta; es una de esas escenas que los que han llorado leyéndola, temen la indiferencia. La señorita de La Prise tiene que hablarle extensamente, pero sin llamar la atención, y para esto no encuentra nada mejor que rogar al conde Max, al leal amigo de Meyer, que se siente a su lado. Ella, entre los dos que la escuchan (escena casta porque son dos), como si no ha- blase más que del baile y sus placeres, algunas veces inte- rrumpida por las damas que pasan, a quienes saluda con una sonrisa, y luego siguiendo el hilo del relato, lo dice todo, la falta, que esa muchacha está embarazada, y que no sabe lo que será de ella, y habla del deber y de la piedad. Meyer, confundido, no tiene más que dos pensa- mientos, dar satisfacción a todo y convencer a la señorita de La Prise que no ha habido tal seducción y que todo es anterior a ella. La sencillez de las frases iguala a la de la situación. Meyer ha pedido unos minutos para repo- nerse del golpe y sale de la sala agitado por el dolor, la vergienza, y hasta por la embriaguez confusa de ser pa- dre. Pasado un cuarto de hora regresa. La señorita de La Prise y el conde Max vuelven a sentarse con él en el mismo banco:
“Y bien, señor Meyer, ¿qué debo yo decir a la mucha- cha? — Señorita —contesta—, prométale, dele, o haga darle, por algún criado antiguo de confianza, o por su nodriza, hágale dar lo que usted crea conveniente. Y lo suscribiré todo, muy dichoso de que sea usted quien lo fije... Acaso no la hubiera escogido a usted para esto, pero me encuentro muy dichoso de que usted sea digna de