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408 MADAMA DE CHARRIERE

te. Adivino que hay gentes que me protegen y otras que me perjudican; en una palabra, mi corazón y mi cabeza son dos caos. Permiteme, mi querida Eugenia, que no te diga más hasta que esto esté más desembrollado, y que entre en mi estado normal, suponiendo que pueda volver a él”

Al entresacar estas frases sencillas, no puedo evitar hacer notar que las copio precisamente del ejemplar de Cartas Neuchatelesas que ha pertenecido a Madama de Montolieu, y pienso en el contraste de este tono perfec- tamente unido y real, con el género novelesco, desde luego muy interesante, de Caroline de Lichsfield. Madama de Charriére no tiene nada tampoco de Juan Jacobo; todo es natural en su novela como en el antiguo cuento ita- liano.

La señorita de La Prise tiene franqueza, y como la abadesa de Castro, y como Julieta ama y lo dice y sabe mirar de frente al relámpago cuando brilla:

“Ocurra lo que ocurra, me parece que si me aman mu- cho y si yo amo mucho, no podré ser desgraciada. Mi madre me riñe desde entonces, pero esto no turba mi alegría. Mis amigas me parecen más toscas, y digo mis amigas por pura benevolencia, pues sabes que no tengo más amigas que tú. Te prefiero a M. Meyer, y si tú estu- vieses aquí y te gustase te lo cedería, No creerá que ha- blamos de él, pues desde el concierto no he vuelto a verle. Mas espero que venga a la primera reunión porque las se- ñoras, sin que yo se lo pida, tendrán la galantería de invi- tarle. Cuando entre estaré cerca de la puerta. Entonces se decidirá la cuestión: saber si M. Meyer será el alma de la vida entera de tu amiga o si no habrá sido más que un sueño ligero y agradable que me ha divertido durante un mes; será lo uno o lo otro, y en únos momentos quedará aclarado. Adiós, Eugenia mía, mi padre está más contento de mí que nunca; me encuentra encantadora, dice que no hay otra igual a su hija, y que no la cambiaría por las