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RETRATOS DE MUJERES 43

que sean las desgracias que proporciona el azar, son mu- cho más crueles las que uno mismo se proporciona. ¿Cree usted que una religiosa expulsada y que un cadet carde- nal (los Tencin) son dichosos colmados de riquezas? De buena gana cambiarían su pretendida dicha por vuestros infortunios”.

Sin embargo, la salud de Mlle. Aissé se altera por mo- mentos; su pecho es presa de una tisis mortal. Se decide a cumplir las prácticas religiosas. El caballero consiente en una admirable carta de sacrificio y de sencillez que él mismo le entrega. Ahora bien, para buscar a un confesor es preciso ocultarse de Madama de Ferriol, molinista (sec- ta) enredadora, que haría de esta conversión, un asunto de partido. Mlle. Aissé recurre a Mille. du Deffand y a la buena Madama de Parabére, quien la ayuda de todo corazón: “Veo que estáis sorprendida de la selección que he hecho de mis confidentes; ellas son mis guardas; y so- bre todo, Madama de Parabére, que casi no me abandona un momento, y siente hacia mí una amistad que me asom- bra con sus cuidados, sus bondades y sus regalos, De ella y de sus gentes y de todo lo que posee, dispongo como ella misma, y aún más; se encierra en mi casa conmigo priván- dose del resto de sus amistades, me sirve sin aprobarme ni reprenderme y me ha ofrecido su carroza para enviar en busca del Padre Boursault, etc....” Lo que nos emo- ciona tanto como la piedad y la ternura de las que Mlle. Aissé es edificante modelo, es el inconsolable Jolor del caballero en sus últimos momentos. Todo el mundo se apiada de él y todos quieren asegurarle que su amante no morirá. Cree que a fuerza de liberalidades comprará de nuevo la vida de su única amiga, y da toda su casa, hasta la vaca para la que ha comprado heno: “Da al uno, para que su hijo pueda aprender un oficio; al otro, para que pueda tener adornos de piel y cintas; a todo aquel que se encuentra y se presenta delante de él, llegando casi hasta la locura”. ¡Sublime locura, en efecto; locura,