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404 MADAMA DE CHARRIERE

si debía hablarla y si podría pedirle que bailase conmigo. Mi corazón latía, tenía su figura y su vestido delante de mi vista, y cuando en efecto al entrar en la sala la vi sen- tada en un banco, cerca de la puerta, apenas la vi más distintamente que había visto su imagen. Pero yo no ti- tubeé más, y sin reflexionar, sin temer nada, me fuí de- recho a ella, le hablé del concierto, de su aria, de otra cosa todavía, y sin azorarme, por los grandes ojos asom- brados de una de sus compañeras, le rogué que me con- cediese el honor de bailar con ella la primera contradanza. Me dijo que estaba comprometida. — Pues bien ¿la se- gunda? — Estoy comprometida. — ¿La tercera? — Estoy comprometida. — ¿La cuarta? ¿La quinta? Yo no me can- saré —le dije riendo—. Eso está muy lejos —me contes- tó—; es tarde ya, van a comenzar; si el conde Max no viene, bailaré con usted la primera. — Yo le di las gracias y en aquel momento viene a mí una dama y me dice: ¡Ah, señor Meyer!, ¿ha recibido usted un billete? — Sí, señora, y le doy mil gracias, pues no he recibido uno, sino dos, de los cuales uno lo di a mi amigo M. Monin. — ¡Cómo! —dijo la dama—, ¡un billete enviado para us- ted; esa no era la intención y no está dentro del orden! — Temí, señora, haber hecho mal —le contesté—; pero ya era demasiado tarde para rehacerme con el billete, y hubiera preferido no venir aquí, aunque muchos eran mis deseos, a quitarle a mi amigo el billete y venir sin su compañía. El no ha pensado en que yo haya cometido una falta, y ha venido conmigo en la mayor seguridad. — ¡Oh, bien! Por una vez no ha habido ningún daño. — Pe- ro —añadí yo—, señora, si están descontentos de nos- otrcs no nos invitarán más, pero si desean que uno de nosotros vuelva, creo que no será sin el otro. — Después se ha marchado echando de lejos a mi amigo una mirada de observación y protectora. — Trataré de bailar también con su amigo, me dijo la señorita de La Prise, con un aire encantador. — Y he aquí que empieza el baile y el


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