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RETRATOS DE MUJERES 403

aquello no había nada de extraordinario. Ella debía cantar a su lado y él debía acompañarla. Absorto, la mira andar, detenerse, y coger el papel de música:

“Yo la miraba con un aspecto tan raro, según me han dicho después, que no dudo que fuese aquello lo que la hizo enrojecer hasta los ojos. Dejó caer el papel de música sin que yo tuviese la ocurrencia de recogerlo, y cuando fué preciso coger mi violín, el que estaba a mi lado tuvo que tirarme de la manga. Nunca estuve más tonto ni con más enojo por haberlo estado. Enrojezco cuando lo pien- so, y te habría escrito aquella misma noche mi pena si no hubiese sido preciso emplear la hora que quedaba desde el concierto hasta el correo, en ayudar a estos señores a enviar las cartas comerciales.”

¿Quién es, pues, la señorita de La Prise? ¡Virginia, Va- leriana, Natalia, Sénange, Princesa de Cleves, criaturas encantadoras, bajaos, bajaos un poco, para dar a esta sencilla, elegante, ingenua y generosa muchacha un beso de hermana!

Y vos, bella Saint-Ives de cierto conde muy bromista, elevaos, ennobleceos un poco, haced vuestras lágrimas más razonables, haceos más pura y respetada para llegar a ella.

Después del incidente del concierto, Meyer no había vuelto a ver a la señorita de La Prise. La vuelve a encon- trar en un baile para el que le han enviado de dos lados diferentes dos billetes. De uno de ellos ha dispuesto con bastante ligereza, para un amigo de mostrador que estaba presente cuando recibía el segundo, pero no ha podido resistirse a la petición.

“Ayer, viernes, fué el día esperado, temido, deseado; y nos encaminamos hacia la sala, él muy contento y yo con alguna intranquilidad. El asunto del billete no era la sola cosa que me tenía preocupado, sino que pensaba en que la señorita La Prise estaría en el baile y me pregun- taba si sería preciso que yo la saludase y en qué forma,