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RETRATOS DE MUJERES 401

co vanidoso no habría querido ser visto en la calle con ella.

Este buen caballero, que ocupa el cerebro de la pobre muchacha, es un extranjero, Enrique Meyer, hijo de un honrado comerciante de Estrasburgo, sobrino de un rico comerciante de Francfort y llegado hacía poco a Neucha- tel para aprender el comercio; era un aprendiz de mostra- dor y nada más. Pero tiene talento, buenos sentimientos, bastante instrucción y es bien nacido. Sus cartas, que si- guen a las de Juliana, y que dirige a su amigo de la niñez Godefroy Dorville, de Hamburgo, nos demuestran su na- tural distinción y nos hacen quererle. Comienza juzgando severamente a Neuchatel y a sus habitantes. Mas ¿por qué es preciso que caiga en la ciudad en plena vendimia, en las calles sucias y llenas de obstáculos? Nadie se ocupa de grandes ni de pequeños, y cada cual piensa en su vino:

“¡Es una cosa terrible este vino! Durante seis sema- nas no he visto a dos personas juntas que no hablasen de la venta?, y sería muy largo explicarte, y llegarías a aburrirte como me he aburrido yo. Baste decirte que la mitad del país encuentra muy alto lo que la otra mitad encuentra muy bajo, según el interés que cada uno puede tener, y hoy se discute la cosa de nuevo aunque hace tres semanas que está decidida. Yo, si hago un oficio, al ganar dinero, trataré de no hablar a nadie del vivo deseo que tengo de lograrlo, pues esa conversación es repugnante.”

Enrique Meyer, siendo buen dependiente «n el mostra- dor, tiene el corazón liberal, gustos nobles; ha tomado un profesor de violín, no quiere renunciar a los frutos de su buena educación y se preocupa de hablar el latín. En una ocasión cita el Hurón o El Ingenuo, y sin embargo, no lo es él mismo, Pero esto no tiene nada de extraño. He aquí una de las páginas burlonas, que los neu chateleses de entonces (así como de Holanda yo no hablo más que E

1 La venta es el precio fijo anual del vino establecido por el Gobierno,