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396 MADAMA DE CHARRIERE

dico de mis males, y cuando yo hablo a alguien de mi tris- teza, es preciso que me vea forzada por un exceso de im- paciencia que yo podría llamar desesperación. No me ex- hibo de buen grado sino para las distraciones que aun puedo proporcionarme.”

Tal como era estoicamente en vísperas de su muerte, trataba de serlo desde la edad de quince años. Al salir de la infancia, hacia 1756, escribía sus reflexiones en- tristecidas y bien maduras a uno de sus hermanos muer- tos poco después.

“... Se alaban con frecuencia las ventajas de la amis- tad, pero algunas veces pienso si son más grandes que los inconvenientes. Cuando se tienen amigos, los unos mueren y los otros sufren, y los hay imprudentes y los hay infieles. Sus males y sus defectos nos afligen tanto como los nuestros propios. Su >»érdida nos desola, su infideli- dad nos hace daño, y la dicha no es nunca como la des- gracia. La buena salud de un amigo no nos alegra tanto como su enfermedad nos inquieta, Su fortuna crece in- sensiblemente, pero puede decrecer repentinamente y su vida está pendiente de un hilo. Un error, un olvido, un malhumor pueden cambiar sus sentimientos con respecto a nosotros, y ¡cuán dolorosos pueden ser los menores re- proches que podamos hacernos por esta causa! ¿No valdría más hacer todo por deber, por razón, por caridad y nada por un sentimiento? Veo a un hombre enfermo, le con- suelo cuanto me es posible, y si muere me conmueve un poco.

“Veo a otro hombre que comete faltas: le reprendo y le doy los consejos conformes a mi razón, y si no los sigue, ¡peor para él! Creo que sería mejor amar a todo el mundo como al prójimo y no tener ningún afecto particular, pero dudo mucho de que esto fuese posible. Dios ha puesto en nuestro corazón un anhelo de amistad que creo sería muy difícil vencer. Una bondad general no sería acaso bas- tante para hacernos cuidar de todos los que nos rodean,