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RETRATOS DE MUJERES 381

en el extremo Norte, en Rusia, y como ella dice de los pueblos del Aquilón, los concilia con un amor ardiente a Francia. Su imaginación va a buscar el renacimiento de la civilización más allá de la misma antigua Germania, en lo que era la barbarie helada y que se convirtió, según ella, en el asilo de la pureza perdida. Lo que ella desea ardientemente, lo que ve en visión con contraste, es la revancha de la invasión de Atila, esta vez para bien del mundo.

El año 1814 lo pasó en París, en Suiza y en Baden, en el valle de Lichtenthal a donde afluirán siguiendo sus huellas los pobres nutridos y consolados; en Alsacia, en Estrasburgo, en donde vió la muerte trágica y cristiana del prefecto M. de Leiza-Marnesia, en los Vosgos en la aldea de Banc-de-la-Roche edificada por Oberlin. Todo lo que veía arraigaba y crecía en su imaginación. No conocía al emperador Alejandro más que indirectamente, aunque ya le llamaba el Salvador universal, el Angel blanco, oponiéndole al Angel negro que era Napoleón. El solo pensamiento en éste, su sombra, le daban en el instante en que hablaba el vértigo sagrado de las sacer- dotisas. Predecía su salida de la isla de Elba y todos los males que se desencadenarían con él. Su idea fija era el año 15, y asignaba a esta fecha próxima la catástrofe y el renovamiento de la tierra.

El 1815 justificando en parte sus predicciones exaltó su fe y realzó su influencia política. Había visto en Suiza al Emperador Alejandro, poco antes de los Cien Días, y encontró en él una naturaleza dispuesta. Había comenzado por compararle con el otro Alejandro y con Cyrus, y rejuveneciéndole, lo ponía en parangón con Cris- to. Sin duda lo creía sinceramente, pero también había un poco de maña y de insinuación 'aduladora. Su ascen- diente al principio fué inmenso. En París, a la llegada de Alejandro fué su consejera habitual. Salía del Eliseo Borbón por una puerta del jardín para ir a casa de ella, y