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380 MADAMA DE KRUDNER

esta obra! —escribe ingenuamente—; ha sido hecha con ayuda del cielo y por eso me atrevo a decir que tiene tantas bellezas”. Colocándose así en la Edad Media, y en los horizontes de la cruzada teutónica y cristiana, pa- recía que Madama de Krudner volvía a sus orígenes na- turales.

Un gran poeta, el Tasso, sujeto a la ilusión como Ma- dama de Krudner, debió, me parece, ofrecer a su imagi- nación, en el cuadro que intentó, algunos tonos de la misma armonía, y me figuro que esta Othilde podría ser escrita y concebida en el color de Clorinda bautizada.

Madama de Krudner pasó estos años de transición re- corriendo Alemania, unas veces en Baden, con ingresos nuevos en la alta sociedad, y otras visitando a los Her- manos moravios y escuchando a Carlsruhe y al iluminado Jung Stilling con quien ;»redicaba a los pobres. Traba- jaba en su propia educación, tratando de apartarse cada vez más de los pensamientos de los hombres del torrente, como ella decía, mas cambió menos de lo que ella creyó. Si de algunas conversaciones de algunas almas sensibles se ha podido decir eso es amor todavía, me parece que la frase se había hecho expresamente para ella.

Ponía en sus nuevos senderos, en su real camino del alma, como decía siguiendo a Platón, toda la sensibilidad y toda la imaginación afectuosa que existían primitiva- mente en ella. El inagotable deseo de agradar se había transformado en una necesidad de amor, o más bien, ese deseo persistía siempre.

Los sucesos de 1813 acabaron de definir la misión de que Madama de Krudner se creía encargada, y ese mo- vimiento de regeneración de Alemania que produjo tantos guerreros, poetas nacionales y libelistas elocuentes llevó a sus filas a ella. Vedla evangélica y profetisa del Norte. Además del carácter religioso de que se revistió, lo que particulariza el papel de Madama de Krudner entre todos los entusiasmos teutónicos de entonces, es que se apoyó