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RETRATOS DE MUJERES 379

Sin embargo, el movimiento teutónico contra Francia o al menos contra el hombre que la tenía en su mano, debía ganar bien pronto a Madama de Krudner, y empu- jarla por grados hasta la actitud en que la vemos final- mente. Ya en Valeriana hay trazas de alguna oposición al Consulado, en el pasaje de las reflexiones del conde sobre los cuadros y las estatuas de los grandes maestros que es preciso ver en la propia Italia, bajo su cielo, y que sería descabellado el trasladarlos. La muerte del duque de Enghein añadió indignación a este primer prejuicio. La estancia en Berlín, la intimidad con la reina de Prusia y los acontecimientos de 1806 fueron el colmo. En este tiempo en Suecia, en medio de una sociedad brillante pero en la edad irreparable en que huye la juventud, es cuan- do yo creo que se operó una revolución en el espíritu de Madama de Krudner, que un rayo de la Gracia —decía ella— la tocó, y entonces volvió su vista hacia la religión, primero con matices humanos, y más tarde con el carác- ter de absoluto y profético. Podemos ver en el segundo tomo de las Memorias de la señorita Cochelet*, desta- cándose en aquellas páginas sin relieve, una carta admira- ble fechada en Riga en diciembre de 1809, que denota el grado en que se encontraba entonces esta alma maravillosa. Si aún no profetizaba, predicaba ya a sus amigos con todo el celo y la obsesión de una santa ternura. Su influencia cristiana sobre la reina de Prusia, su abnegación sin lími- tes para con este heroico y conmovedor infortunio, y los consuelos y esperanzas celestes de que la rodeó, son sufi- cientemente atestiguados. Parece ser que ya en esta época había escrito otras obras que no han sido nunca publica- das, y cita en sus cartas a la señorita Cochelet, a una Othilde, en la que habría querido pintar la abnegación caballeresca de la Edad Media: “¡Oh, cómo os gustaría

1 El periódico Le Semeur (octubre 1843) ha consagrado dos artículos a Madama de Krudner insistiendo naturalmente en sus aspectos religioso y místico. ll respetable crítico nos reprende nuestra sonrisa. Cita las cartas a ¡a señorita Cochelet, no solamente las de 1809 sino otras además.