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RETRATOS DE MUJERES 373

las sensaciones, no es inferior a ninguna novela de más grande composición, pues ha guardado, sin pensar en ello, la natural proporción, la verdadera unidad, y tiene como su autor un encanto del conjunto.

Valeriana tiene partes imperecederas y otras que ya pasaron de moda. En la novela ha habido talentos muy notables que no han tenido más que éxitos pasajeros, y cuyas producciones exaltadas se desvanecen a medida que el tiempo pasa. La señorita de Scudery, a pesar de su ingenio, y Madama Cottin a pesar de lo patético de la acción, pasaron. No hay una obra de ellas que se pueda leer sino por curiosidad, para saber las modas de la sensi- bilidad, en nuestras madres. Lo propio ocurre a Madama de Montolie: Carolina de Lichtfield, que tanto encanto nos produce a los quince años, no se puede leer de nuevo, y lo mismo se puede decir de Clara de Alba.

Valeriana, al contrario, tiene una parte duradera y siempre encantadora; es una de las lecturas que pueden tener lugar tres veces en la vida y en tres edades dife- rentes.

La situación de esta novela es sencilla, lo mismo que en Werther; un hombre joven que se enamora de la mu- jer de su amigo. Pero se nota aquí, a través del disfraz ideal, una extraña realidad que da al relato una vida no prestada. Werther se mataría aunque no amase a Carlota, se mataría por lo infinito, por lo absoluto, porq.'e está en su naturaleza; pero Gustavo no muere sino por amar a Valeriana. El nacimiento de este amor, sus progresos, el aliento de todos los sentimientos puros colman nuestros deseos en la primera mitad. Las escenas variadas y las graciosas figuras expresan con fortuna esta situación de un amor violento y devorador, al lado de una amistad inocente que lo ignora. Así, cuando en Venecia, en el baile de la Villa Pisani, Gustavo, que no ha ido, al pasar cerca de un pabellón oye la música y subido sobre una ma- ceta del jardín acecha a la ventana para verla. Cuando