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370 MADAMA DE KRUDNER

lamente de grandes dolores personales. La muerte de su padre, algún secreto desgarro de su alma de otra natu- raleza, acaso el clima de Livonia, habían, durante los últi- mos catorce meses, producido en esta organización nervio- sa un alteramiento del que ella comenzaba a reponerse: “La fiebre que quemaba mi sangre —dice— ha desapare- cido, mi cerebro funciona normalmente, y la esperanza vuelve a reinar de nuevo en mi alma agitada por amargas penas y terribles huracanes. Sí, la naturaleza me ofrece otra vez sus dulces y consoladoras distracciones. Ya no está cubierta ante mis ojos con un velo fúnebre... Al re- cobrar mis facultades y al recobrar mis recuerdos, mis pensamientos van volando hacia vos*. ¿Cuál. es vuestra existencia en estos momentos de turbaciones tan univer- sales?” Esta frase es la sla que hace alusión a los suce- sos públicos. M. de Krudner ocupaba entonces en Dina- marca su puesto de embajador. Ella de acuerdo con él debía permanecer en Léipzig para la educación de su hijo. Pero su primera mirada al renacer su moral se dirigía hacia el autor de Pablo y Virginia (de Virginia, que sería un día para Valeriana una hermana) y hacia París. Volvió a esta ciudad después de varios viajes a través de Europa en 1801, en el momento de la paz y del rena- cimiento de la sociedad y de las letras. Estaba bastante joven y bella siempre, deliciosa de gracia; pequeña, blan- ca, rubia, con esos cabellos de un rubio ceniza que no los tiene más que Valeriana, con los ojos de un azul som- brío; una voz suave, un hablar lleno de dulzura y de música que es el encanto de las mujeres de su país, un vals embriagador, una danza admirada. Sus vestidos no los usaba nadie más que ella; su imaginación los compo- nía y se le han escapado algunos secretos. Recordemos la danza del chal, y ese vestido de baile en el que sobre los

1 En esta frase a Bernardino de Saint-Plerre vemos cuán exaltada era Madama de Krudner, Con un gran escritor y poeta que se hubiese prestado, habría sido de esta raza de mujer del Norte, Lili, la condesa de Bernstorf, Bettine, esas entusiastas devotas de Goethe,