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RETRATOS DE MUJERES 369

scaaje del esposo de Valeriana. Entonces era la costum- bre: un marido daba un nombre definitivo, una situación y una representación conveniente y cómoda, y apenas si exigía nada, y de él pasado esto, en la vida de la mujer célebre no se hacía más mención. Se le descubría cuando más de perfil o vuelto de espaldas en un rincón de la novela, M, de Krudner embajador de Rusia en muchas cortes de Europa, llevó consigo a la persona que nos ocu- pa, quien por doquiera que iba enamoraba y encadenaba los corazones a sus pies.

Los detalles de sus primeros años están ya muy lejos. Había cumplido ya los veinte años cuando comenzó la Revolución francesa, sin tener todavía ninguna celebridad ni cuestiones literarias; era simplemente una mujer a la moda. Todo lo que su gracia, su talento y su alma no inspiraron no ha dejado más que huellas ligeras como ella misma, Sería inútil y fastidioso buscarla en otra parte que en Valeriana, que reúne como un espejo todos los rayos más puros.

Parece ser que, al estallar, la Revolución no alteró en nada a la que más tarde los sucesos del final habían de producir exaltación. Sus pasiones, sus ternuras y sus ale- grías eran en aquella feliz edad muy ruidosas para que pudiese oír nada más. La parte profunda de su alma era (sirviéndome de una expresión de Valeriana) como una de esas fuentes cuyo ruido se pierde en los otwos ruidos del día, y que no vencen sino cuando la noche llega. A pesar del 89, a pesar del 93, cuando ya voces proféticas y bíblicas se oían distintamente, cuando Saint-Martin, me- nos desconocido que antes, escribía su Eclair, cuando De Maistre lanzaba sus primeras atronadoras amenazas, cuan- do Madama de Staél llegaba hablando del sentimiento; a potentes destellos de elocuencia política, Madama de Krud- ner no había cesado de ver en París una continua Atenas.

Una carta de febrero del 93, escrita por ella desde Léipzig a Bernardino de Saint-Pierre, nos da cuenta so-